Capítulo 5




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Antes he mencionado que el único hombre que ha logrado herirme de verdad es era mi padre. Bien, pues Manuel tardaría en descubrirlo y usarlo. Después de tres salidas a las que no puedo llamar citas puesto que no hubo ni tomadas de mano, ni besos sino mucha conversación y comodidad, una tarde bastante divertida nos llevó a terminar en su departamento a las afueras del pueblo, en plan "estamos conociéndonos para ser amigos" porque estaba visto que yo no iba a poder hacer uso de ese cuerpo bien trabajado ya que él tenía cero intención de llegar hasta allí conmigo a pesar del coqueteo descarado con el que me trataba desde el inicio. El caso es que una vez allí pusimos una película que al final no vimos por continuar conversando, me contó que estaba solo, que sus padres adoptivos habían decidido viajar ahora que él estaba permanentemente en este pueblo lejos de casa convirtiéndose en un adulto maduro a sus 34 años, habló de lo mucho que los quería y cómo ellos habían marcado su vida para tratar de hacerlo un hombre de bien. A lo que yo sonreí e ignoré el deje de molestia cuando uso la palabra "bueno", creyendo tontamente que se sentía igual que yo, reprimido y limitado en todo por ese adjetivo ridículo, así que me abrí a él y le conté que había sufrido maltrato verbal de mi padre desde que él se había enamorado de una chica veinte años menor que él que hizo abandonar a la familia, que mi hermano se revelera contra él y mi madre se sumiera en una depresión que se acentúo con la muerte de mi abuela materna, vamos que si las cosas son malas siempre pueden ser peor. Como siempre que pensaba en ello terminé llorando y él tiernamente me abrazó y justo ahí vio su entrada para aterrorizar mi vida. 


Tras la intensa conversación continuamos con una comedia romántica, según él para alegrarme la noche, luego me llevaría a casa. Pero lo que sucedió fue que vimos tal vez media hora de la película, en la escena del primer beso de los protagonistas él me miró:

— Me estás mirando fijo —dije incómoda.

— Eres preciosa, ¿qué esperas que mire?

— Dah, ¿la película? 

— Tú eres más interesante

— Oh, vamos. ¿Eso te funciona siempre?

— Nunca veo películas con alguien que me guste

— Pero sí con algún ligue momentáneo

— Si respondo a eso con la verdad, igual voy a perder

Lo miré directamente con una mirada maliciosa pero era pura apariencia porque dentro de mí moría porque dijera que nunca compartía momentos así de intensos o de apacible ocio con otras mujeres. ¿Qué quieren que diga? Soy ruda pero no por eso menos romántica.

— ¿Ah sí? ¿De verdad no traes a nadie aquí nunca?

— Eres la primera —dijo y me tomó de la mano.

— Tienes razón, lo que digas igual perderás porque no te creo.

— Rara vez me equivoco

— Y yo vivo cometiendo errores

— ¿Soy uno?

— Dímelo tú

Y ahí sucedió, se acercó a mí, me tomó la cara entre sus manos y me besó. 

Manuel podía ser muy abierto y encantador, todo sonrisas y hasta suave en su trato con todos, sobre todo conmigo. Esa noche nos besamos largamente y sí, dormí con él. La ternura con que me trató y prometió tratar de alejarme de todo lo malo me derritieron porque eso era lo que yo más deseaba, encontrar la paz, compartir con alguien, dejar de fingir que nada me lastimaba, que todo lo pasado estaba allí, en el pasado pero que en realidad era la sombra que nunca me abandonaba. Que me pesaba. Que me hundía. Y esos primeros meses con él fueron maravillosos. 


Cuando no tenía guardia en el hospital yo me quedaba en su departamento aunque me tomara casi una hora llegar al trabajo para que él no tuviera que despertarse para volver a su casa, aunque eso daba igual porque siempre insistía en llevarme e ir por mí al trabajo, los fines de semana los pasábamos en la mía porque estaba mucho más cerca del centro y así podíamos ir a cualquier lugar cuando nos apetecía salir de la cama.

Los meses idílicos se intensificaron cuando en nuestro primer aniversario decidimos vivir juntos, elegimos una casa preciosa que tenía tres habitaciones, una seria la nuestra, otro de visitas y el tercero lo acondicionamos como mi biblioteca y su sala de juegos. Nuestros amigos nos visitaban con frecuencia y éramos felices, o al menos yo lo era. 




El shock llegó una noche, los policías llamaron a la puerta en medio de una tormenta, dijeron que el auto de Manuel había sido encontrado en una zanja, la puerta estaba abierta, había sangre en el asiento en una cantidad moderada que según ellos indicaba posibles golpes pero no mortales, alguien había visto el auto y había llamado a la policía al no encontrar a nadie dentro. Yo no supe como reaccionar, ver policías nunca es algo bueno, así que al instante mi mente se congeló haciendo que respondiera y actuara como en una especie de barrera de hielo, apenas escuchaba lo que decían, respondía con monosílabos y no me movía:


— ¿Sabe a dónde se dirigía su novio?

— Casa.

— ¿Aquí con usted o tiene otro lugar al que ir?

Lo miré con molestia. Esa fue la primera reacción que tuve desde que habían llegado a casa.

— Conmigo, vivimos juntos.

— ¿No cree que él pueda tener otro lugar al que ir?

— Encontraron su auto a un costado de la carretera que los condujo aquí, ¿a dónde más podría ir?

El policía anotó algo en su pequeña libreta. 

— Son preguntas de rutina señorita, está claro que la desaparición de su novio puede haber sido un secuestro, ¿o tiene algún problema con alguien? ¿Alguien que tal vez haya intentado herirlo antes? ¿Algún familiar del hospital que haya podido amenazarlo antes?

— No, Manuel siempre ha sido amable con sus pacientes y los familiares de estos. Todos en el hospital pueden decirle. Él era atento con ellos en cuanto tenía libre para avisarles cualquier tipo de avance o incluso se tomaba unos minutos para hablar con ellos de cualquier cosa que les ayudara a no estar alterados.

Justo en ese momento alguien entró a la carrera en la sala de estar, llevaba en la mano un bolso de mujer dentro de un empaque plástico marcado como evidencia y... tenía marcas de sangre.