Capítulo 3



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El idiota, al que llamaremos ÉL, por simple  falta de imaginación, es un hombre alto, moreno, con unos labios totalmente comestibles y es un incansable en la cama. Les voy a resumir, un amor inocente nació por él cuando tenía más o menos 19 años, habíamos sido amigos por mucho tiempo y luego bueno, desapareció por otros tantos, en esos años fuera de mi radar le rompieron el corazón unas tres veces por todo lo que supe, luego volvió, lo ignoré porque su silencio todos esos años me dolió y luego el me pagó con la misma moneda cuando el enojo ya había pasado, enfermó y lo busqué (porque en la enfermedad pensamos que nos podemos morir y yo pensé que de hecho él se moriría y no quería cargar con eso) pero resultó que estaba mejor, me invitó a por un café para hablar y, tonta de mí, me dejé engatusar.

Siempre he creído que me voy a enamorar en un café en miércoles, pero esa era una tarde de domingo. Por eso estaba destinado a doler.

Esa tarde me contó las veces que otras chicas le rompieron el corazón, me hizo un resumen sobre todas las que se acostó y me confesó que acababa de descubrir y comprobar que era padre. Sí, bueno, shock. Todavía así, acepté ser su novia. No duró mucho, pero al final terminé sintiéndome menos persona, más cascaron, usada y podría decir que insensible. 

Pero tranquilos, que no es por ello que pensaba en lanzarme de un puente. Sólo hay un hombre que me ha hecho desear no vivir. 

Y ese hombre es mi padre.




Era miércoles y, como rara vez me permitía, fui al café con el libro en turno pero como pienso que el universo tiene una forma muy cabrona de jugármela, en lugar de tomar café y relajarme, me pedí una mesa en la terraza, una cerveza y un cenicero. Planeaba fumarme la vida para ver si saber que me podía llevar a la tumba yo solita, mínimo me ocupaba la cabeza el humo y no los constantes recordatorios de todo lo que había perdido los meses anteriores.

Estaba desempleada. 
Tenía el corazón roto.
Me habían humillado en la última entrevista de trabajo.
Y siendo honesta, necesitaba calmar la ansiedad que eso me generaba, hacía ejercicio pero no me calmaba, así que cuando cruzamos miradas y me sonrío me dije que si un hombre me había usado, yo también podía poner el equilibrio y usar uno.



— ¿Me estás siguiendo?

— Hasta el fin del mundo —respondió

Vaya, sabe seguir juegos. 
Perfecto.

— ¿Puedo acompañarte?

— Claro —dije, y tomó asiento.

Cuando el mesero se acercó, pidió un café para llevar.

— Apenas te sentaste ¿y ya me abandonas? Eso fue rápido.

¡Dios, esa sonrisa! 

— Mis disculpas, señorita. Salí unos minutos de mi turno en el hospital, me mata esta necesidad de verla...y de café en mis venas.

— Sí. Podríamos vivir felices juntos.

— Vaya, una señorita directa —dijo justo cuando el mesero dejó su café en la mesa.

Sonreí lo más cínicamente posible.

— Me refería a la cafetera y a mí, listillo. 

— Y aquí estoy yo, haciendo el ridículo creyendo que era yo, tan deseable como este líquido. En pocos segundos hasta llegué a pensar en invitarte a cenar o tomar algo con menos prisas.

— Si no hubieras hecho esa pausa, podría haber aceptado. 

— Tenemos una cita entonces, te haré saber el día y la hora —dijo mientras se levantaba y se acercaba a la salida.

— ¿Y cómo será eso genio? 

— Cuando se está interesado, todo puede ser. Y yo, señorita, estoy interesado.

Y salió. 





Horas después, en la cama, pensé en él mientras cerraba los ojos y rogaba al cielo no tener pesadillas esa noche.